viernes, 13 de diciembre de 2013

BESTIALIDAD IMPUNE

Como cada mañana, muestra la cara triste. Amarrado desde temprano a ese árbol, para él, siniestro. Aunque siniestro no es el árbol, sino el amo, porque el primero le ofrece un lugar para guarecerse cuando el sol abrasa; y el segundo, solo una cadena desde el amanecer hasta la noche, cuando lo recoge y lo confina a un rincón.

Nunca he visto una lata con agua a su lado, y menos con alimentos. Duele no contar con una ley que sancione ese proceder salvaje y quede el campo libre a quienes cometen actos tan inhumanos que intentan opacar la pasión de otros que sí los cuidan y protegen con amor.

En 1978 se emitió la Declaración Universal de los Derechos del Animal, más tarde aprobada por la UNESCO. Sin embargo, Cuba no cuenta con una ley que los ampare. La falta de una disposición legal deja sin castigo tales actos de crueldad. 

Muchos fenómenos se aprecian al interior de los hogares. Los niños simpatizan con las mascotas, pero algunos adultos inculcan en ellos numerosas barreras que los deben separar. Están los que compran un animal doméstico como premio por las buenas notas o por poseer un ejemplar de raza como símbolo de su alto poder adquisitivo.

En cualquiera de estos casos el fin de muchas de las historias es el animalito preso en el patio o en la placa, bajo lluvia, sol o frío, como si no necesitara amor, alimentación, techo.

Más tarde, llegan las vacaciones y válgales a ellos, perritos o gaticos, que en el barrio exista un alma caritativa.

Después aparece la procreación, por irresponsabilidad de sus amos, pues antes que la sencilla práctica de la esterilización, prefieren arrojar las crías a la calle, a veces también acompañados de sus progenitores, en un acto cruel y degradante, como manifiesta la Declaración Universal.

Y es ahí donde comienza la tortuosa cadena de infortunios hasta la muerte del inofensivo ser. Patadas, «graciosos» que amarran a sus colas un amasijo de latas y los hacen correr desesperados durante horas, golpes de autos, enfermedades, desnutrición.

Así, en las calles, esperando el momento de la muerte, aparece tirado el mejor amigo del hombre, o un gatico, animales domésticos necesitados del abrigo de los humanos, de su protección y de sentirse amados.

Cada año, el Departamento de Zoonosis, en nombre de la salud poblacional, recoge en las calles aproximadamente 4000 perros sin hogar. En ocasiones, las prácticas no son las más adecuadas, pues la búsqueda y captura se convierte en show desgarrante. También existe el envenenamiento en masa, un proceder que solo se justifica en caso de epidemias, pero que hemos vivido y no precisamente por esta única razón.

¿Los sueños?, muchos. ¿Los resultados?, pocos. Ramón Rodríguez Limonte, miembro de la Sociedad Protectora de Animales, ha inventado refugios, ha promovido campañas de vacunación y esterilización con ayuda de amigos veterinarios, ha conversado con las personas, pero no siempre sus buenas intenciones fructifican.

Mientras las instituciones implicadas en el cuidado de los animales actúen divorciadas, mientras no entendamos que el respeto del hombre hacia estos seres está ligado al respeto entre los hombres, mientras se cometan genocidios, biocidios, actos de desprecio a sus derechos, y no haya una ley en Cuba que condene estas atrocidades, habrá que esperar un milagro para cambiar la actitud bárbara de nuestros coterráneos.

Ojalá esta denuncia no llegue solo a los que amamos la naturaleza, sino que trascienda, y los salvajes se avergüencen de encontrarse retratados en ella.

Mientras llegue una ley que los ampare, no podemos permitir que detrás de actos de amor desinteresados haya tantas manchas que coloquen al hombre como un ser más irracional que los propios irracionales. 

Tuvo razón Mahatma Gandhi cuando dijo: «La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que son tratados sus animales».

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