lunes, 14 de octubre de 2013

ANIMAL VS. ANIMAL

Ilustración: Roland

La historia no es fruto de mi imaginación, pues no la tomaría de referencia en las páginas de este semanario. Saca a la luz, una vez más, uno de los fenómenos vergonzosos que sufre la sociedad cubana. 

Pepe –no es trascendente el verdadero nombre- iba en su carro. Un cochero transitaba las calles de la ciudad a tontas y a locas, como si no conociera que unos pequeños carteles, en las esquinas, se interpretan como señales de tránsito. Encima del carretón, cinco personas, con él seis, y tirando de la carroza un caballito escuálido; todos en peligro de extinción ante el desatino de semejante jinete en la vía pública. 

Pepe, casi, se accidenta en aquel espectáculo de carrera, fusta, y gritería. Aventajó al cochero y cuando vio que este detendría la marcha, frenó. 

Descendió ante la mirada de los curiosos que esperaban una riña. Frente al perturbado equino, tomó sus orejas y mirándolo muy cerca le dijo: «Tú tienes que leer, tú tienes que instruirte sobre tránsito, porque ese ANIMAL que llevas allá atrás te va a matar».

Los caballos, si bien han sido una opción ante los difíciles años del transporte estatal, son actualmente una de las especies que más sufren las consecuencias de la insensibilidad de sus dueños. 

Y sobre esta insensibilidad hay metros de tela por dónde cortar.

Según el artículo 7 de la Declaración Universal de los Derechos del Animal aprobada por la ONU: todo animal de trabajo tiene derecho a una limitación razonable del tiempo e intensidad de trabajo, a una alimentación reparadora y al reposo.

Sin embargo, en las calles de Santa Clara vemos a los caballos, en la cola de la piquera o en lugares no establecidos para su aparcamiento, bajo el sol durante el día, sin que se note el momento de comer o beber un poco de agua cuando se recomienda que se les debe alimentar cada cuatro horas.

Luego deben transportar más de 8 pasajeros, subiendo lomas a golpe de fusta, se cansan, tienen sed, pero no pueden detener la marcha. Algunos espumean por la boca ante el calor del mediodía y sus dueños los azotan para que echen a andar cuando dan algún signo de fatiga.

¿No se pueden agotar estos seres vivos que tienen necesidades y padecimientos semejantes a la de los humanos? Para los cocheros hasta significa una cuestión de honor: «Aquí el dueño soy yo y si le digo andando tiene que obedecerme porque yo lo compré y nadie puede decir que es machorro». Este es el apelativo que sus compinches pueden espetarle al desfallecido caballito para ridiculizar a su dueño.

Conozco de casos en que han querido reconocer la labor de un cochero en el cuidado a su fiel acompañante y sus “amigos” lo han amenazado, porque si hace referencia a las buenas prácticas se puede convertir en ley y esto no les conviene. 

Nuevamente salta a la vista la falta de preparación de los que creen que si el caballo no siempre responde es inservible y nunca valoran si están trabajando y entrenando de la forma correcta. Recae la culpa sobre el lado flaco.

Los que viajamos diariamente en este tipo de vehículo hemos visto de todo: cocheros que, cansados de propinarles la paliza con la fusta, toman el palo y los golpean; cocheros que en plena vía pública descargan, lo que llamamos en Cuba, un plan de machete a la bola de huesos que un día fue caballo; equinos que, ante la humedad del pavimento por una llovizna, resbalan y luego sus amos los obligan a incorporarse con los arreos puestos, las bandas del carretón pegadas a sus costados, y el carromato lleno de gente. 

Algunos pasajeros hemos intercambiado palabras acaloradas con los personajes y luego debemos callar ante la sarta de improperios, pedirle que nos deje descender para no caer en el mismo plano de mala educación y prometer nunca más llenarle el bolsillo, porque a pesar de todo esto, esos caballos ponen en la mesa qué comer para él y su familia.

Otro problema grave radica en la defectuosa confección y empleo de los arneses, que les provocan graves lesiones en la piel. Es común encontrar el arnés mal ajustado y confeccionado de materiales inapropiados como gomas o alambres.

Un estudio realizado por el Departamento de Veterinaria y Zootecnia de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Central, acerca de algunos parámetros biométricos en equinos de tracción de la ciudad de Santa Clara, arrojó que de la muestra elegida el 35% de los examinados presentaron una condición corporal de desnutridos y el 100% están realizando un arrastre superior al establecido, de acuerdo con las regulaciones del Instituto de Medicina Veterinaria.

Creo es hora de actuar, y comprendo que no podemos tener un inspector detrás de cada carretonero, pero también considero que no solo podemos ubicar los cuerpos de inspección detrás de los estratosféricos precios que cobran, la cantidad de pasajeros que llevan, o los permisos y padrón. Debemos mirar más allá, porque si yo fuese inspectora o agente del orden público muchas serían las multas que hubiese impuesto, ante la cantidad de espectáculos de este tipo que he presenciado.

Hay que pensar que todos los días nuestros niños transitan las calles, se trasladan en carretones, y sufren estos ultrajes. Los pequeños, que se encuentran en la etapa de formación, asisten a una clase de bestilidad cuando la educación implica enseñar, desde la infancia, a observar, comprender, respetar y amar a los animales.

Los caballos, esos que fueron imprescindible en las guerras libertarias y sobre sus monturas combatieron patriotas grandes como Antonio Maceo y Máximo Gómez; han acompañado la vida y luchas de los hombres. Entonces, ¿merecen tanta crueldad? 

Defender los animales, que sin rebelarse asumen con mansedumbre la dura labor impuesta por sus dueños, es un deber moral de todos. No podemos permitir que se extingan ante la recia lucha Animal vs. Animal.

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